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¿Rechazo o Protección Excesiva?


El Rechazo:


El niño rechazado es víctima de la actitud retraída de sus padres o de su agresión. En el primer caso se hace sentir al niño que no es deseado y que se le tolera como una obligación. En el segundo caso os padres se justifican diciendo que aplican la disciplina y los castigos por el bien del niño. Ambas actitudes provocan en el pequeño frustración y conducta agresiva.


Son señales de rechazo abandonar al niño (compartir poco tiempo con él, que pasen más tiempo con abuelos o tíos que con los propios padres), internarle en una institución para disciplinarlo (Liceos Militares) o evitar su conducta molesta (ignorar constantemente cuando gritan o molestan sin intervenir para minimizar la conducta inadecuada), aplicar castigos severos (golpes, nalgadas, amarrarlos), represiones frecuentes, encerrarlo en una habitación solo, atemorizarlo a través de amenazas de acciones fuertes (“te voy a dar en adopción”, “te voy a pegar con un palo o con la escoba”, “te va llevar el loco o el policía”, “te voy a llevar al hospital para que te inyecten”, “te vamos a regalar”), negarle atención, compararlo desfavorablemente con otros niños (“tu hermano se comporta mejor que tú”, “tus primos son más educados”, “el vecino es mejor estudiante”), desatender su salud y sus necesidades, etc.

La protección excesiva:


Durante los primeros tiempos de su vida los hijos dependen totalmente de los padres, especialmente de la madre. A medida que crecen y se desarrollan, la necesidad de protección y cuidados va disminuyendo. Pero, si bien es lógico que en los primeros años de vida los hijos permanezcan atados a las faldas de la madre, estas ataduras se deben ir soltando gradualmente hasta que, finalmente, el niño se "independiza" y alcanza el llamado destete psicológico
. Pero muchos padres tienden a prolongar la satisfacción que implica el hecho de la dependencia. Cuando prevalece esta tendencia, los padres se convierten en sobreprotectores. ¿Por qué?

Algunos padres se sienten totalmente responsables de lo que les pueda ocurrir a sus hijos y tienen miedo de cualquier actividad que haga el niño, ya sea el simple hecho de ir solos por las calles o por cualquier otra circunstancia. Estos padres tienden a resolver por sus hijos todos los problemas que se les presentan. Otros consideran que la vida ya es demasiado dura para los adultos, así que hacen que esta sea un camino de rosas para sus hijos e intentan evitar que sus hijos experimenten emociones como el miedo, la tristeza, etc. Otra razón fundamental de la sobreprotección tiene que ver con "querer que los hijos nos quieran". Para conseguirlo, actuamos equivocadamente: les compramos demasiadas cosas que no necesitan, tenemos dificultad para decirles "No", nos tomamos como algo personal expresiones que son producto de meras pataletas infantiles: "Eres una mala madre", "Ya no te quiero...", etc. También, a algunos padres y madres que pasan poco tiempo con los hijos, les puede asaltar el sentimiento de culpa y argumentan así un excesivo consentimiento: "En el poco rato que estoy con él, no quiero problemas".

La dependencia de los padres

Los padres también debemos emanciparnos, desarrollarnos y potenciarnos a nivel de pareja e individualmente. Pero esto debemos hacerlo antes de que nuestros hijos se vayan de casa. Poco a poco, debemos dejar de preocuparnos tanto por lo que les ocurre a nuestros hijos, sin renunciar a la relación familiar. Conforme los hijos van creciendo, esta tarea se hace más complicada debido a que el niño va adquiriendo destrezas sin tener conocimiento del peligro que puede correr haciendo muchas cosas por su cuenta. Aquí van surgiendo los primeros problemas familiares acerca del control de la independencia de los hijos.

La cuestión no está en educar bien o mal a un hijo. Los padres queremos a nuestros hijos y deseamos su felicidad, pero hay que saber diferenciar si lo que intentamos conseguir es la felicidad del hijo o la nuestra. En este sentido, la sobreprotección hacia nuestros hijos
es muchas veces debida a alguna de las siguientes causas:
· Apoyar nuestra baja autoestima demostrándonos que podemos ser un buen padre o una buena madre
· Compensar las limitaciones que sufrimos en nuestra niñez
· Aliviar nuestras propias frustraciones evitándoles cualquier dolor
· Compensar la ausencia del otro padre
· Compensar nuestra propia ausencia debido al poco tiempo que estamos en casa por motivos laborales
· Evitar las rabietas del niño


Son señales de excesiva protección los contactos sobreabundantes, como dormir con el niño, prolongar los cuidados propios de una etapa anterior (amamantar al hijo hasta los 3 o 4 años cuando lo recomendado es que dejen el pecho a los 2 años, no permitirles dejar de usar pañales a los 3 años), complacer todos sus deseos (evitar que hagan berrinches por algo que desean comprándoselo inmediatamente), mimarle en demasía y tomar precauciones exageradas (no dejarlo gatear en la casa o en el parque por que se ensucian, que no corran bicicleta por temor a que se caigan). Esta actitud impide que el niño desarrolle seguridad e independencia, tienden a caracterizarse por la timidez, inhibición, miedos, retraimiento y otros factores negativos.


Algunos ejemplos de sobreprotección

Las consecuencias de la sobreprotección pueden ser muy negativas.

· Ejemplo 1: un niño de unos ocho años se acerca a una mochila en un centro comercial y le arranca un elemento decorativo. El dependiente le llama la atención y le pide que se lo devuelva. El niño acude a su padre diciendo que el empleado le ha maltratado. Acto seguido, el padre se encara con el dependiente y le desautoriza de malos modos, en público y delante de su hijo. ¿Qué aprende este niño? Que su padre le defenderá aunque se comporte mal. Es decir, que portarse mal no tiene consecuencias y, por lo tanto, no está mal.

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